Nº 1 Enero, año 2001 |
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Elecciones _______________
EL
TRIUNFO DEL POSTCOMUNISMO Y EL ULTRANACIONALISMO EN RUMANIA.
Cuando el
pasado día 26 de noviembre de 2000 las elecciones para Presidente y para el
Parlamento de Rumanía dieron como vencedor indiscutible al Partido Democracia
Social de Rumanía (PDSR) de Iliescu nadie pareció sorprendido. La dramática
novedad fue que la segunda fuerza política pasaba a ser el Partido de la Gran
Rumanía (PRM) liderado por Vadim Tudor, antiguo poeta del régimen de
Ceausescu, ultranacionalista, antisemita y xenófobo. De este modo, Coalición
Democrática (CD), la fuerza política que venía gobernando el país desde
1996, desaparecía prácticamente del espectro político rumano, sumida en las
constantes luchas y enfrentamientos entre los distintos partidos que la
conformaban hasta ese momento, no obteniendo, en esta ocasión, ni siquiera
representación en el Parlamento.
En esta primera vuelta electoral el partido de la izquierda PDSR obtuvo
el 39% de los votos, seguido por el PRM con el 22% (que tan sólo había
conseguido el 4,5% en el año 1996). Los dos partidos de centro, el Partido
Democrático (PD) y el Partido Nacional Liberal (PLN) caían hasta el 7%,
mientras que Alianza Democrática de los Húngaros de Rumanía (DAHR) se mantenía
en el 7%. Así, en la carrera por la presidencia del país se planteaba la
disyuntiva entre el antiguo comunista y presidente de Rumanía Ion Iliescu y el
ultranacionalista Vadim Tudor.
Ante estas dos opciones, el resto de fuerzas políticas tomaron
posiciones rápidamente. Así, enemigos tradicionales del PDSR, como el PD y
PLN, pidieron a sus seguidores apoyo para Iliescu en la segunda ronda
presidencial y prometieron cobertura al nuevo gobierno si éste se comprometía
con la integración europea. También los líderes de la minoría húngara y los
patrones de los sindicatos pidieron a sus partisanos el voto para Iliescu.
Por su parte, el PRM reiteró su propuesta de colaboración a Iliescu
como continuación de ya la tradicional sintonía entre ambas fuerzas políticas
ya puesta de manifiesto entre 1992 y 1996,
las cuales fueron rechazadas de plano por Iliescu al ver éste que
contaba con el apoyo del resto de las fuerzas políticas del país.
Así las cosas, en la segunda vuelta de las presidenciales rumanas del 11
de diciembre, Iliescu consiguió una victoria aplastante sobre su adversario y
antiguo colaborador en tareas de gobierno: un 70,2% frente al 29,8% de Tudor.
¿Cómo ha sido posible el trepidante ascenso del ultranacionalismo
rumano, el hundimiento total del resto de fuerzas democráticas y la nueva
victoria de excomunista Iliescu? Los resultados de las elecciones han demostrado
que Rumanía diez años después de la caída del régimen de Ceausescu continúa
siendo un amasijo de contradicciones. Muchos analistas han atribuido el
asombroso éxito de Tudor, que ha dejado perpleja a la elite política rumana,
al sentimiento de cansancio popular provocado por once años de declive económico
y corrupción endémica en toda la sociedad.
Como afirma Dorel Sandor, del Centro de Estudios Políticos de Bucarest:
"La confianza en las instituciones del Estado se ha visto permanentemente
minada (...) La inestabilidad política reinante en el seno de la coalición
dirigente, expuesta a las constantes disputas es igualmente un factor
fundamental para entender esta situación". Así mismo, el historiador
Adrian Cioroianu ha declarado que la posición dura de Tudor con la criminalidad
y su carisma personal habían calado de tal modo en los electores que estos le
han llegado a considerar como el salvador
de la patria, especialmente en Transilvania, región más desarrollada y
volcada hacia occidente de toda Rumanía, en donde ha obtenido la mayor parte de
sus apoyos. Así, la clave del éxito del PRM, y de su líder, sin el cual el
partido no existiría, es el haber conseguido dar a la población la impresión
de la necesidad de una mano de hierro, de un dictador benévolo, un hombre que
podría imponer leyes positivas para el correcto desarrollo del país y, sin
embargo, un hombre que en los ocho años que ha estado en el Parlamento nunca ha
propuesto una ley.
Frases tales como "Soy Vlad el Empalador, el mariscal Antonescu y
Nicolae Ceausescu en una sola persona" han conseguido que, según un
estudio de la empresa CURS/CSOP del Pro Institute, unos 940.000 jóvenes de
hasta 30 años votaran por Tudor en la primera ronda electoral, de los cuales
los varones de entre 18-40 años de edad, con enseñanzas medias y superiores, jóvenes
profesionales forman el grueso del "club de fans" de Vadim Tudor. En
general, un total de 3.100.000 personas votaron por Tudor; el 58% de ellos eran
hombres y dos terceras partes tenían estudios superiores. De ellos, 500.000 habían
optado por la abstención en el año 1996. Según analistas rumanos, uno de los
más importantes factores de movilización fueron los discursos de Vadim Tudor,
de marcado tinte radical, anti-semita, nacionalista y xenófobo, por los cuales
ya ha sido comparado con Vladimir Zhirinovsky y con Jorg Haider. Ningún otro
candidato de la historia contemporánea de Rumanía ha tenido el poder para
movilizar de este modo al votante apático.
Rumanía ha estado a punto de rozar el desastre. Aquellos que votaron a
Tudor lo han hecho sin ningún tipo de responsabilidad política ni cívica, de
manera irracional y sin ningún cálculo político. Vadim Tudor ha gustado a
aquellos que creen en una mano de hierro más que en el poder de la ley, a
aquellos que no han comprendido que la consolidación del estado de derecho se
puede hacer únicamente con modificaciones en la legislación y no a través de
las amenazas o ser "dirigida por las metralletas" como sugería el
propio Tudor.
En la otra cara de la moneda encontramos a Ion Iliescu, el flamante recién
elegido nuevo presidente. La elección de Iliescu tras su derrota en 1996 nos
obliga a hacer una re-lectura del postcomunismo en Rumanía. Los quince primeros
años de la historia post-revolucionaria serán conocidos como la "época
Iliescu", puesto que salvo el intermedio de Constantinescu, el resto del
tiempo el inquilino de Cotroceni ha sido el incombustible actual presidente del
país: al principio como aquel que salvo al país de la tiranía de Ceausescu,
eso sí, contando con el acuerdo del pueblo; ahora, como el personaje político
que ha salvado a la población de las manos de un Constantinescu insoportable
para muchos, pero también de Vadim Tudor, el líder extremista populista que
"podría haber llevado a Rumanía, incluso, a una guerra civil y al
completo aislamiento de Europa, de la Otan, del mundo civilizado..." (Dan
Pavel, Ziua, 15/12/00). La gran virtud de Iliescu ha residido en hacer creer al
electorado lo que quería creer, haciéndoles olvidar que durante su mandato
aumentaron las desigualdades sociales y la corrupción.
De este modo se pueden interpretar las elecciones presidenciales y
parlamentarias rumanas como el triunfo del extremismo político frente al
denominado "proyecto democrático" fundamentado en la democracia
liberal occidental clásica. Salvo el PDSR y PRM, o Iliescu y Tudor, el resto de
los partidos políticos han fracasado a la hora de presentar una alternativa
decente a los proyectos nacional-autoritarios del presidente Iliescu. Reclamando
representar a una democracia estilo occidental, la anterior coalición de
gobierno, CD, cambió el poder por
las continuas peleas internas a causa de problemas personales y/o financieros.
Se dividió en múltiples partidos que el electorado no ha conseguido discernir;
en los programas de unos y de otros o en los nombres de los partidos políticos
no se apreciaban mayores diferencias, mientras que todos tenían las palabras
clave: partido, Rumanía y nacional. Así, de manera poco sorprendente, la mayoría
de estos partidos han fracasado a la hora de traspasar el umbral necesario para
acceder al Parlamento. Representaban a las elites, no a ideas clave o
subculturas dentro de la sociedad, lo que favoreció que aquellos partidos que
entonces (entre 1996-2000) estaban en la oposición sacaran provecho de los
fallos del gobierno y obtuvieran el apoyo y, sobre todo, los votos de las bases.
Además, y en referencia al electorado, aparece, por un lado, el voto joven,
demasiado joven como para recordar ciertas cosas del pasado reciente del país,
por otro, aquellos ciudadanos que confunden el descontento
frente al estado de cosas pasajero
con insatisfacción frente a democracia.
El
resultado de esta explosiva combinación de factores es el ya conocido:
postcomunistas y ultranacionalistas fueron los beneficiarios de la desilusión y
el cansancio de la sociedad civil, lo que en realidad quiere decir la desilusión
y el cansancio de una sociedad cansada de esperar por unos cambios que nunca
terminan de llegar y que mantienen a este país cada vez más alejado de Europa
occidental y sus instituciones.
* Investigadora. UNED
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