CERNUDA VISTO POR OTROS POETAS

                                     

A Luis Cernuda, aire del Sur buscado en Inglaterra

 

Si el aire se dijera un día:
                                     -Estoy cansado,
rendido de mi nombre... Ya no quiero
ni mi inicial para firmar el bucle
del clavel, el rizado de la rosa,
el plieguecillo fino del arroyo,
el gracioso volante de la mar y el hoyuelo
que ríe en la mejilla de la vela...

Desorientado, subo de las blandas,
dormidas superficies
que dan casa a mi sueño.
Fluyo de las paradas enredaderas, calo
los ciegos ajimeces de las torres;
tuerzo, ya pura delgadez, las calles
de afiladas esquinas, penetrando,
roto y herido de los quicios, hondos
zaguanes que se van a verdes patios
donde el agua elevada me recuerda,
dulce y desesperada, mi deseo...

 

 

Busco y busco llamarme
¿Con qué nueva palabra, de qué modo?
¿No hay soplo, no hay aliento,
respiración capaz de poner alas
a esa desconocida voz que me denomine?

Desalentado, busco y busco un signo,
un algo o alguien que me sustituya
que sea como yo y en la memoria
fresca de todo aquello, susceptible
de tenue cuna y cálido susurro,
perdure con el mismo
temblor, el mismo hálito
que tuve la primera
mañana en que al nacer, la luz me dijo:
-Vuela. Tú eres el aire.

Si el aire se dijera un día eso...

                                                                                              

Rafael Alberti


LA MANO DEL POETA (CERNUDA)

 

                                                       (EN VIAJE A CAMBRIDGE)

   

I

 

Y RECORDÉ la mano muerta de la muchacha egipcia,

tras el cristal expuesta, en el vario y caótico museo de la ciudad,

contemplada por los turbados ojos de aquel niño

y por mí, indiferente.

Allí, en el polvo, petrificada por el tiempo,

supe que mutilar un cuerpo no era bárbara acción

porque sin vida es menos que lo menos.

Y no sentí vergüenza

por contemplar, emocionado,

el duro escarabajo en el podrido dedo.

Aquella piedra verde, más fresca que la carne,

tenía una hendidura,

porque el tiempo también la había corroído.

Era piedra difunta, que regresaba al polvo

con una lentitud mayor que la del hombre.

Y al recordar la mano aquella

dirigí la mirada hacia la mía,

y sentí en la otra mano su calor.

 

 

II

 

FUERA del coche estaba

desvaída la luz, y el cielo miserable,

y un cierto frío de mendigo.

Tuve extrañeza de la tierra aquella

y percibí el consuelo de la noche ocultándola;

y miré aquellos días, pude abarcarlos todos con la memoria,

y los sentí vividos sin dolor, y sin amor vividos.

 

Viajaba a la ciudad donde quemaste

un breve plazo de tu escaso tiempo;

años de dura soledad, ya que eran años de tu vida.

Tuviste un mal destino,

pues tu constante huésped fue el fracaso;

sabías que en la lucha

siempre es el hombre puro el que perece.

Pero tú más inerme que los demás,

con menos fuerza que nosotros,

pues tu apetencia de la luz era más poderosa;

otros, para poder vivir, nos contentamos con mendrugos,

y aún nos arrasa en lágrimas los ojos

el sentimiento vil del agradecimiento.

Pero tú estabas hecho con el divino fuego de los héroes;

y se llenó tu pecho de mayor soledad,

de más fracaso, de la amargura más humana,

y ya nadie podía acercarse a tu persona.

Te contemplábamos de lejos, la lucha desigual,

y tú de pie;

la injusticia del hombre, las gigantes pasiones de tu espíritu,

y tú de pie;

la vejez que iba entrando en tu cansancio, y con perfidia

         te tiñó el cabello,

y tú de pie;

sosteniendo las piernas con las manos,

pero de pie,

con tu sola defensa: tu desdeñoso gesto, tu soberano orgullo.

Y era tu espíritu el más débil,

pues tu apetencia de la vida era la más intensa;

advirtieron tu voz, cuando nacía,

como el sonido que dejaba al aire

desvanecido por su ligereza;

en el oído de los hombres, tu voz sonaba ahora

con sonido de sombra perdurable.

Y aquí está tu valor, y aquí el fracaso,

pues tú amabas la vida, de tal modo la amaste

Que no hubo queja en ti contra el misterio nunca.

y a pesar del dolor y la amargura del alentar humano

defendiste la vida con amor,

y con amor la muerte:

aceptaste un destino rencoroso.

 

 

Miré fuera de coche, y alcé los ojos a la luz,

Y estaba ya en su muerte,

(y miré aquellos días, pude abarcarlos todos con la memoria,

y los sentí vividos sin dolor, y sin amor vividos),

y amé tan poca vida con una fuerza poderosa.

Pensaste acaso que aquí tú fuiste desamado,

y ahora tu oído es fino y no hay engaño: oyes

las no visibles ondas del amor

llegar hasta tu cuarto oscuro,

llegar en oleadas de esa vida

que detrás de tu puerta se ha quedado.

   

III

 

Y RECORDÉ la mano muerta del museo porque pensé

en la tuya;

tu torpe mano en que se deshacía

la posible amistad, el necesario afecto de los hombres:

esa mano segura que imponía

soberbia servidumbre a la palabra.

Y la vi también muerta,

anónima en la sala de un museo, desnudo el largo dedo,

deteniendo, con invencible fuerza,

el caminar curioso de los cansados visitantes.

Después de tantos siglos,

daba tu mano testimonio de este pasado tiempo

en que acordar la vida y la verdad es doloroso para el hombre,

y hace gemir tanto la vida

que el prodigio perdura ante el mirar humano.

Mas nadie allí sabría que, además de vivir,

aquella mano repartió la vida.

Y vi tu mano muerta en el viaje

que me llevaba a la ciudad donde viviste

sin tierra y sin amor,

con el deseo sólo del amor y la tierra.

Y percibí que el mundo estaba oscuro, más allá de los faros.

 

 

Con sequedad nacida de un grave pensamiento

seguí trenzando el hilo del futuro:

mientras la vida alienta, el hombre quiere

mirar la muerte expuesta

en aquello que, un tiempo, retuvo en sí la vida,

para pensar que no se acaba completamente todo;

así procura vida la memoria

en el informe bulto de la muerte.

Y vi después tu mano, en la sala vacía del museo,

roto el frío cristal, ya sólo polvo, naufragio indiferente

que la tierra y el cielo contemplaban.

Y al sentir en mi mano aún el calor

apresuré la marcha del viaje.

  Francisco Brines

                                                             Palabras a la oscuridad


 

 

ALBANIO

                                                Luis Cernuda

 

  Tuviste miedo siempre de escribir estas líneas,

como el que ofrece algo de poco precio,

ni mirto ni laurel,

algún ramajo seco y a la vez pretencioso

o se acerca demasiado a la brasa creadora,

al insondable fuego

que consume al poeta en su crisol de ascuas,

devastador y bello y deslumbrante,

salamandra de oro cuya vida es la lumbre.

Cuántas veces, Sevilla

irreal de blancor y de azahares,

buscaste aquel aroma, aquel silencio,

aquella luz suspensa en hermosura

que eran su huella clara,

pisada y sortilegio,

latir de su presencia repentina

y que iba más allá de aquel magnolio,

de aquel compás en sombra,

de aquella luna grande

que en la Semana Santa asciende pura,

toda escenografía

y a la vez armonía indiferente

sobre una ciudad enfebredida.

   

En el viejo rincón universitario

el becqueriano ángel,

veste de mármol sobre falso túmulo,

guardaba su secreto corrosivo

abandonado al tiempo, al visitante

cada vez más escaso,

sin saber nada suyo ni de Bécquer,

máscara de una gloria oficial

en una patria

ignorante y hostil a la poesía.

Al pie de la memoria,

por lo que habías oído, ibas

a la calle del Aire

o aquella otra de los Mármoles,

de itálicas columnas que jaspeaban

jaramago y ortiga punzadora.

O en el grutesco aljibe del Alcázar

en verdinoso laude de agua intentabas

descifrar, movediza, la escritura

del limón o la adelfa.

Fugacidad angustiosa del tiempo estremeciendo

estatua, hoja, surtidor, relumbre

de aves por las copas de la tarde,

melodía ya eco,

aunque allí pareciera

detenerse el fluir, intemporal, eterno.

 

 

La distancia y los años levantaron

el mito de cristal, torre de hastío,

engreimiento de cisne desdeñoso,

el reservado orgullo atrabiliario,

leyenda de despecho,

isla, armiño, monóculo.

Y se hizo el silencio,

el mar estaba en medio como un muro,

mientras inmarcesible tu poesía

doraba frutos en las altas ramas :

labor, fidelidad, esfuerzo, encendimiento,

mesura, lealtad, dignidad, cegadora

belleza,

virtudes raras en la selva hispana.

Pero tus lentos ojos no vieron más el sur

y tu tumba está lejos.

 

Pablo García Baena

                                               Antes que el tiempo acabe


Federico García Lorca

El homenaje a Luis Cernuda.

 

No vengo yo en este momento a esta mesa como amigo de Luis Cernuda, ni amigo vuestro, ni a ofrecer este banquete para cumplir un rito gastado ya en tantas farsas con discursitos decorados, con envidias cubiertas de veneno y lágrimas de cocodrilo. No vengo tampoco dispuesto a que mi voz la lleve el aire para recibir en cambio, como tantas veces, una bandeja de aplausos coronada por un "muy interesante" de merengue. Yo vengo para saludar con reverencia y entusiasmo a mi "capillita" de poeta, quizá la mejor capilla poética de Europa, y lanzar un vítor de fe en honor del gran poeta del misterio, delicadísimo poeta Luis Cernuda, para quien hay que hacer otra vez, desde el siglo XVII, la palabra divino, y a quien hay que entregar otra vez agua, juncos y penumbra para su increíble cisne renovado.

No me equivoco. Lo que voy a decir es verdad y está en la conciencia de toda persona sensible. La aparición del libro La realidad y el deseo es una efemérides importantísima en la gloria y el paisaje de la literatura española. No me equivoco, porque para decir esto aquí yo he luchado a brazo partido con el libro, leyendo sin gana al acostarme, al levantarme; leyendo con dolor de cabeza, sacando ese poquito de odio que sentimos todos contra autores de obras perfectas; pero ha sido inútil. La realidad y el deseo me ha vencido con su perfección sin mácula, con su amorosa agonía encadenada, con su ira y sus piedras de sombra. Libro delicado y terrible al mismo tiempo, como un clave pálido que manara hilo de sangre por el temblor de cada cuerda. No habrá escritor en España, de la clase que sea, si es realmente escritor, manejador de palabras, que no quede admirado del encanto y refinamiento con que Luis Cernuda une los vocablos para crear su mundo poético propio; nadie que no se sorprenda de su efusiva lírica gemela de Bécquer y de su capacidad de mito, de transformación de elementos que surgen en el bellísimo poema El joven marino con la misma fuerza que en nuestros mejores poetas clásicos. Entre todas las voces de la actual poesía, llama y muerte en Aleixandre, ala inmensa en Alberti, lirio tierno en Moreno Villa, torrente andino en Pablo Neruda, voz doméstica entrañable en Salinas, agua oscura de gruta en Guillén, ternura y llanto en Altolaguirre, por citar poetas distintos, la voz de Luis Cernuda erguida suena original, sin alambradas ni fosos para defender su turbadora sinceridad y belleza.

La pluma que dibujó los primorosos mapas de los árabes, la que inventó clavellinas y negras mariposas en las cintas de los niños muertos, la pluma que ha escrito con sangre una carta de amor sobre la que después se ha escupido, la que ha copiado con temblor un torso de Apolo en la agonía de los institutos, pluma de pena y frenesí de rocío. es la que ha sostenido entre sus dedos Luis Cemuda mientras oía la voz que dictaba su Realidad y el deseo. Desde que el poeta canta en 1924:

Va la brisa reciente

por el espacio esbelta

y en las bojas, cantando,

abre una primavera.

empieza un duelo con sus tristezas, con su tristeza de sevillano profundo, duelo elegantísimo, con espadín de oro y careta de narcisos; pero con miedo y sin esperanza, porque el poeta cree en la muerte total. Este duelo sin esperanza de paraíso, que hace que el poeta quiera fijar eternamente los hombros desnudos de un navegante o una momentánea cabellera, anima todas sus páginas, hasta que al fin cae victoriosamente rendido.

Fortalecido estoy contra tu pecho

y augusta piedra fría,

bajo tus ojos crepusculares,

¡oh madre inmortal!

en el grave himno de la "Tristeza", uno de los últimos de La realidad y el deseo.

No es hora de que yo estudie el libro de Luis Cernuda, pero sí es la hora de que lo cante. De que cante su espera inútil, su impiedad, y su llanto, y su desvío, expresados en norma, en frialdad, en línea de luz, en arpa. No me equivoco. No nos equivocamos. Saludemos con fe a Luis Cernuda. Saludemos a La realidad y el deseo como uno de los mejores libros de la poesía actual de España.

 

 

DESPUÉS DE LA NOTICIA DE SU MUERTE

 

 

Aun más que en sus poemas, en las breves

cartas que me escribiera

se retrataba esa reserva suya

voluntariosa, y a la vez atenta.

 

Y gusté de algo raro en nuestro tiempo,

que es la virtud –clásicamente bella-

de soportar la injuria de los años

con dignidad y fuerza.

 

Tras sus últimos versos, en vida releídos,

para él, por nosotros, una vejez serena

imaginé de luminosos días

bajo un cielo de México, claro como el de Grecia.

 

El sueño que él soñó en su juventud

y mi sueño de hablarle, antes de que muriera,

viven vida inmortal en el espíritu

de esa palabra impresa.

 

Su poesía, con la edad haciéndose

más hermosa, más seca;

mi pena resumida en un título de libro:

Desolación de la Quimera.

 

 

 

Jaime Gil de Biedma

Moralidades

                                       Las personas del verbo


EN LONDRES PARA UN CANTOR DE SOMBRAS

 

A LUIS CERNUDA

 

Aquí vivió hace tiempo

cuando los que ahora leen sus poemas

eran sólo unos niños

o no habían nacido todavía.

 

Pero habló justamente para ellos

aunque nunca los iba a conocer

no para los que un día fueran sus amigos

que enterraron muy pronto su obra en una cita

en un lugar ambiguo

de sus toscos y grises manuales.

 

Después los años caerían

inexorablemente y sobre el gran vacío

que intentaron crearle

a cuenta de un amor que dicen extraviado

suena su clara voz oh aparecido

de una noche larguísima

hecha historia de un ruin sobrevivir

y en qué realidades y deseos

se hundieron confundidos para siempre.

 

José Agustín Goytisolo

Bajo tolerancia

 

 

 

PERFIL DEL VIENTO

 

 

                                                              Hecho aire que pasa…

                                                LUIS CERNUDA, “Donde habite el olvido”, V

   

- Poesía : tesoro. ¿Cuál? - Yo traje

La vaguedad de un alma dolorida

Con altivez serena hasta en la herida.

- ¿Diste, delgada voz, algún mensaje?

- Mensaje no es discurso. - ¿Qué es entonces?

¿El retiro en la sombra sin materia?

¿Una evaporación de soledad?

- La hermosura insinuada es la más seria.

Ruiseñores : sois gárrulos. Callad.

 

   

Jorge Guillén

                                                    Aire Nuestro

 


TRISTEZA POR LUIS CERNUDA

 

 

 

otros nunca volvieron

aguardamos

hasta la madrugada

voces confusas luciérnagas

cuernos de caza llamando

miramos en los salones

al pie de lámparas solas

toda la noche buscándolos

distintos transidos lejos

nunca jamás regresaron

 

   

Antonio Martínez Sarrión

                                                                                    Teatro de operaciones

                                                 El centro inaccesible : poesía

 (1967-1980)

                                   

 

ODA A LUIS CERNUDA

                             

Onorate l’altissimo poeta.

                                                             Inferno. Dante

 

 

 

Tú has visto y has vivido aquellos días,

tú has bebido aquel agua armoniosa,

tú has ceñido tu frente con un junco

y luna grande refrescó tu boca

y vida matinal abrió sus flores

en la espinosa rama de tu sangre:

por eso vas tan solo y desdeñoso.

 

Qué penumbrosa arquitectura verde

alojó en sus estancias tembladoras

tu hermosa vida, que era luz de un sueño,

qué claras galerías, qué rincones

de virginales aguas suspirantes

a tu paso temblaron como alma

profunda al paso lánguido de un beso,

qué música indecisa de los bosques

se derramaba como madreselva

del silencioso muro de un jardín

cuando abril recogíase en reflejos

dentro de tu nostalgia de agua pura.

 

 

Supiste que el amor era tan sólo

un grácil juego de la primavera,

ay, o fugaz y delicioso mimo

de dioses que se burlan de los hombres,

y era bello aquel tiempo aunque te hiriese

y era bello el dolor de aquella herida.

¿Por eso vas tan solo y desdeñoso?

 

Arrojaste de ti el opaco libro

y todo lo dejaste por el árbol

eternamente verde de la vida.

Mirar, gozar, amar, vivir, morir;

morir para nacer, vivir de nuevo,

ya cada vida conquistar su muerte,

simiente de otro amor y de otra vida,

en vez de ir descifrando en vanas páginas

los vanos pensamientos ambiciosos,

la vana sombra que desgarran soles

de vivo amor y de amorosa vida.

Lo que aprendiste tú, tú solamente

aprenderlo podías: era tu vida,

tu voz, tu muerte, gloriosa espada.

Los otros no sintieron desde el alba

su soledad de hombre antes del día

ni un momento sintieron esa angustia

de ser diamante altivo ni surgieron

con desnudez de dios de vagas ondas

tristes y odiadas de letal costumbre.

¿Por eso vas tan solo y desdeñoso?

 

Sevilla oscura, negra luz y llanto,

desesperada flor, quemante yelo,

las líquidas ruinas de una lágrima,

sin palmoteo ni ruidosa zambra,

sino la ahogada hierba silenciosa

verde rumor que sólo oyen y olvidan

errante viento, cándido rocío,

o matinal alondra embriagada.

 

La dura España interior combate,

en ti; su martinete desolado

en la fiesta sombría de tu frente

abrasa su guirnalda inconsolable.

Una mano divina te golpea

el corazón, Cernuda, día y noche

y te arranca el acorde misterioso

donde el cielo se ahoga, pero queda

el cielo de tu voz para los hombres.

 

  Ricardo Molina  

Homenaje   Obra poética completa/2

 

 

 

 

LUIS CERNUDA

 

 

 

En Madrid, donde me dieron la noticia de tu muerte,

en Sevilla, años después, en una extraña primavera,

en Londres, repitiendo tantas veces

el sonido de tu voz,  el roce de tu mano.

En Nueva York, mirando caer la nieve

-junto a aquel cuerpo que tanto quise-

y en México, bajo la lluvia, frente a la piedra rajada,

que nada guarda sino tu nombre y la ceniza de un recuerdo,

has estado conmigo, fantasma de un fantasma.

Y esta tarde de Roma –en la casa en que muriera Keats-

bajo la luz transparente de principios de otoño,

he vuelto a sentir, casi un temblor, tu presencia,

la terca pasión de tu memoria,

algo remoto y familiar como tu fotografía.

Que esa presencia, esa memoria me acompañen

hasta el día en que sean reflejo fiel,

testimonio inútil de un sueño derrotado

y una mano cierre mis ojos para siempre.

 

                                                Juan Luis Panero

                                                               Testamento del náufrago

                                                            Juegos para aplazar la muerte              

                               

 

         LUIS CERNUDA

          

 

 

 

Ni cisne andaluz

        ni pájaro de lujo

Pájaro por las alas

        hombre por la tristeza

Una mitad de luz Otra de sombra

No separadas: confundidas

una  sola substancia

vibración que se despliega en transparencia

Piedra de luna

               más agua que piedra

Río taciturno

             más palabra que río

Árbol por solitario

         hombre por la palabra

Verdad y error

                  una sola verdad

una sola palabra mortal

 

Ciudades

       humo petrificado

patrias ajenas siempre

sombras de hombres

               En un cuarto perdido

inmaculada la camisa única

correcto y desesperado

escribe el poeta las palabras prohibidas

signos entrelazados en una página

vasta de pronto como lecho de mar

abrazo de los cuatro elementos

constelación del deseo y de la muerte

fija en el cielo cambiante del lenguaje

como el dibujo obscenamente puro

ardiendo en la pared decrépita

 

Días como nubes perdidas

islas sepultadas en un pecho

placer

          ola jaguar y calavera

Dos ojos fijos en dos ojos

                          ídolos

siempre los mismos ojos

                      Soledad

única madre de los hombres

¿sólo es real el deseo?

Uñas que desgarran una sombra

labios que beben muerte en un cuerpo

ese cadáver descubierto al alba

en nuestro lecho ¿es real?

 

Deseada

              la realidad se desea

se inventa un cuerpo de centella

se desdobla y se mira

                sus mil ojos

la pulen como mil manos fanáticas

Quiere salir de sí

                          arder

en un cuarto en el fondo de un cráter

y ser bajo dos ojos fijos

ceniza piedra congelada

 

 

 

 

Con letra clara el poeta escribe

sus verdades obscuras

                  Sus palabras

no son un monumento público

ni la Guía del camino recto

        Nacieron del silencio

se abren sobre tallos de silencio

las contemplamos en silencio

Verdad y error

                una sola verdad

Realidad y deseo

        una sola substancia

resuelta en manantial de transparencias

         

Octavio Paz     Poemas (1935-1975)